Difícil resumir en unas líneas toda una boda. Y más aún si es la boda de dos de tus mejores amigas. Y más todavía cuando las quieres y las aprecias y las admiras y... En fin, a ver si sale bien. Allá voy.
Resulta que era sábado 12 de Octubre. Un año aproximadamente esperando este día. Laura y Marta se casan y Carla y yo somos los maestros de ceremonia. ¿Quién dijo nervios? A mí esa mañana me temblaban hasta las pestañas. Y es que por mucho que lo escribas, por más que lo ensayes y por muy acostumbrado que estés a hablar en público, oficiar esta ceremonia tenía un valor añadido. Ellas.
Marta y Laura. Laura y Marta. Las conocí siendo ya un ejército de dos. Valientes, unidas y con una cosa muy clara: el amor es jugársela. De principio a fin, con todas sus consecuencias. Apostándolo todo a una carta a sabiendas que no siempre se gana. Y es que en esto del amor no existen fórmulas ni algoritmos. El único secreto son las virtudes. Una vez leí que las cosas suceden cuando uno quiere hacerlas. Y precisamente hacer que las cosas pasen es una de sus grandes virtudes.
Poc a poc, sin prisa pero sin pausa. Unas veces usando el seny y otras la rauxa. Dejando que el amor se abra camino siempre fieles a su estilo y su forma de querer. Entendiéndolo de la única manera que puede entenderse; desde el corazón. Porque el amor es latido, es piel. Es tocar el cielo un rato. Vivir en estado de gracia. Caminar sin pisar el suelo consiguiendo que el tiempo se detenga.
Juntarnos a todos ese día también es hacer que las cosas pasen. Porque todos los que estábamos ahí presentes habíamos formado parte de su historia en algún momento. Amigos, amigas, parejas y familias. En mi caso nos conocimos en una pizzería de Sant Cugat como ese chico de Zaragoza que estaba quedando con Carla, y el sábado, diez años después, estaba acompañándolas en ese día tan bonito como su amigo. Por el camino hemos reído mucho, hemos bailado, hemos sentido que el mundo nos pertenecía y hasta hemos compartido techo durante unos meses. Por eso me encantó estar ahí con ellas, dando fé de que la amistad, al igual que el amor, es un pacto sin condiciones, verdadero y desinteresado.
Hace unas semanas, mientras arreglábamos el mundo con unas cervezas en Sant Cugat, entre fotos de viajes, recuerdos del pasado y propósitos para el futuro, terminamos haciendo un cuestionario entre los 4 donde hablábamos del amor, la amistad y de todos los valores que comparten entre ellas dos. Me encantó descubrir la admiración y el compromiso que sentían la una por la otra. Conocer lo que era un día perfecto en sus vidas y saber lo que más valoran de su relación. En mis notas del móvil lo bauticé como: quererse bien. Porque quererse es una cosa, pero quererse bien sólo se consigue con amor, práctica y ganas, muchas ganas. Pero de todas esas preguntas del cuestionario, la respuesta que más que me gustó fue la que contestaba a ¿qué le dirías a tu yo del pasado el día que os conocisteis? Me gustó tanto la respuesta que tuve que abrir de nuevo las notas del móvil y apuntarla. Dijeron: "Atrévete. Confía en ti. Todo irá bien."
Y ahí estábamos, diez años después, como si aquel 4 de octubre realmente se hubieran dado ese consejo. Porque la gran metáfora de la vida es que sólo se puede entender hacia atrás pero se vive hacia delante. Unos lo llaman karma, otros suerte y otros destino.
Precisamente el destino había querido que estuviéramos allí, en una ceremonia que no podía terminar sin los votos y una palabra que Carla y yo sentíamos que ese día las representaba a la perfección. Esa palabra era beso.Y es que el beso es una forma de diálogo, un roce de promesas y la bandera más bonita que puede tener la libertad. Besar es el verbo más sincero, el lenguaje más usado y el tesoro más buscado. Por eso no hay religión más verdadera que el amor entre dos personas que se quieren. Así que aquí, ahora y para siempre, la mejor forma de entenderlo es pedirles que se besen.
Sed muy felices. Os quiero.
Qué bonito!!!
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