domingo, 10 de septiembre de 2023

Paseos de verano

 La semana pasada hablaba por teléfono con un amigo y me preguntaba qué había hecho este verano. Le respondí que principalmente dar paseos. Paseos por la montaña, por el mar, por el pueblo y también por el pasado. Me pareció una forma bastante elocuente de resumir lo que han sido las vacaciones de agosto.

Un billete de vuelta a sitios importantes en mi vida. El primero de todos fue a Biescas, el pueblo del Pirineo aragonés donde pasábamos largos veranos en familia desde que tenía uso de razón. Las circunstancias de la vida han hecho que después de 15 años sin pasar un verano allí, volvamos a caminar por el Valle de Tena con las mismas ganas pero no con las mismas piernas. Siestas a la sombra, baños en la piscina helada y madrugadas de gintonic y cartas. La vida en cámara lenta. Empiezas a notar que estás de vacaciones cuando hasta una lata fría de Cruzcampo te sabe a cerveza.  

Otro buen KPI para reconocer que efectivamente estás de vacaciones es el desfase horario. Desayunar a las 11, almorzar a las 13, comer a las 16 y cenar a las 23. Ser consciente de que vives en un trepidante jetlag pero al mismo tiempo importarte literalmente una mierda. Hubo un día que nos levantamos de la siesta a las 21.00 h y nos fuimos a dar un paseo que evidentemente terminó en Cruzcampo. Qué placer cuando todos los planes terminan en caña sin remordimientos por ser lunes o martes. Los fines de semana son de 7 días. Otro gran KPI. 

Suena Via Chicago de Wilco y empieza el viaje a Hossegor, la segunda etapa de las vacaciones. Olor a eucalipto, sabor a crepe de chocolate y vida contemplativa en la orilla del Atlántico con dos metrazos pasados en los primeros días. Imposible entrar en el agua hasta el tercer día que bajó el swell y ya pudimos disfrutar de un bañito en condiciones. Mientras tanto nos dedicamos a pasear por Las Landas, ver gente guapa y escuchar "risas de ricos" que salían de los caseríos al borde del lago. Eran risas de despreocupación, de vivir en unas vacaciones constantes, de belle époque, de importarte poco lo que pasa más allá de las bugambillas de tu jardín. Risas de haberse pasado el juego de la vida. Es una risa que no te sale aunque estés contento. Nace de los dedos de los pies hasta lo más profundo de la garganta, con los ojos vidriosos, la pierna estirada y la mirada hacia el cielo. Es el rey de los KPI´s. Con él van todos los demás. 

La última semana de vacaciones, la que empiezas a pensar en la bandeja de entrada del mail, fue en Altafulla. Un pueblito pequeño de la costa de Tarragona donde Carla y yo nos habíamos casado un año atrás. Pasear por allí era como recorrer los studios de una superproducción de cine. Cualquier punto era un escenario para el recuerdo de lo que seguro fueron los 3 mejores días de mi vida. 

Esa semana cogí la rutina de levantarme a las 7 para irme a nadar por el mar. Cuando en el pueblo sólo hay runners y el cochecito de la limpieza. Cuando todavía no quema el sol y el mar es una balsa de aceite. Ahí es cuando un día después de nadar una hora y llegar hasta el Castillo de Tamarit, salí caminando hasta la orilla, miré hacia arriba y después un par de minutos se me escapó una sonrisa. Fue una sonrisa diferente, para adentro, con el corazón. La sonrisa de que todo lo que tienes te convierte en un afortunado. Un KPI que llega de repente y ojalá se quede para siempre.