martes, 12 de diciembre de 2023

Los pensamientos alegres del Señor Tootles

No hay puente de la Inmaculada sin cumple y no hay cumple sin visita familiar. Este puente de diciembre como cada año desde que me mudé a Barcelona, vinieron mis padres y mi hermana para celebrar el doble cumpleaños de Carla y mío. En mi familia la agenda cultural se vive de dos formas muy diferentes. Por un lado la cultura como tal. Museos, exposiciones, conciertos y otros espectáculos. Y por otro lado, de igual importancia e intensidad, está la cultura de bar. Restaurantes, tascas, coctelerías, bares y otros locales del buen comer y beber. Ambas caras de la cultura nos fascinan a partes iguales y las vivimos con la misma pasión. Prueba de ello es que esta vez visitamos el Palau de la música, el carpaccio de lubina del Somma, el monasterio de Montserrat y los chipirones de la barceloneta.

Dejando a un lado el patrimonio cultural, los 37 por fin se acaban y creo que nunca he tenido tantas ganas de soplar una tarta. Con los ojos cerrados, sobre el pie derecho, apretando los puños y con una idea rebotando en mi cabeza como una pelota de ping-pong. 

Hay cicatrices que son imborrables. Marcas que permanecen para recordarnos que un día fueron heridas y que hubo que curarlas. Unas con rosa mosqueta, otras simplemente con tiempo. Este año en el que la alerta ha sido mi estado natural, esperando lo mejor pero preparándome para lo peor, al mirar las velas con el número 38 me agarré fuerte de la mano de Carla y aspiré profundo antes de soplar. Como si esa bocanada de aire condujera toda la angustia hasta el estómago para después devolverlo al mundo en forma de pensamientos alegres, como las canicas del Señor Tootles en Peter Pan. 

Ahora son 38, me digo. Y 30 para Carla. Quizás sea el momento de sentirnos un poco más ligeros. De volver a soñar despiertos. De reír a carcajadas sin pensar que algo malo viene detrás. De poder asomarnos al futuro sin sensación de vértigo. De empezar a caminar por el lado salvaje de la vida poniendo las preocupaciones en modo avión. Quizás estos 38 empiezan con un soplido que poco a poco va convirtiéndose en silbido y termina con un "Hey babe, take a walk on the wild side... Doo do doo do doo do do".

¡Feliz martes!

jueves, 23 de noviembre de 2023

Hasta la vista

Cómo resumir 8 años de trabajo de una forma liviana, cómica y poco solemne. Haciendo uso de una frase que lanzó el otro día un alumno y que es más vieja que las puertas. "Unas veces se gana, otras se pierde y otras se aprende". Me hizo gracia escuchar esta cita que parecía sacada de un libro de autoayuda para emprendedores, pero si añado además "aunque nunca lo suficiente" me parece que puede simplificar bastante bien lo que he vivido con mi empresa desde 2016.

A finales de diciembre pondré punto y final a una aventura que empezó como todo, con unas cañas y un "probamos a ver qué pasa". Para aquel entonces vivía en Zaragoza con mis padres y sólo necesitaba ingresos para viajar en ave a Barcelona cada fin de semana a visitar a Carla. Todo echó a andar estando de prestado en el studio de arquitectura de mi padrino, donde conseguí el primer cliente de mi vida y empecé a sentir en mi piel el tan conocido síndrome del impostor, que por cierto me sigue acompañando con casi 38 años.

Un año después de montar todo, la que era mi socia decidió irse por la puerta de atrás con el único cliente que teníamos y con el que pagábamos mínimamente las facturas. Ahí es cuando empezó la aventura de verdad. Salir a la calle con una presentación en power point y un fajo de tarjetas que había impreso gratuitamente en la imprenta de mi abuelo. Tras muchos "noes" conseguí un par de "síes" a los que agarrarme para seguir adelante y así pagarme la cuota de autónomos y los aves a Barcelona durante un año más. En 2018 tomé la mejor decisión pero al mismo tiempo la más arriesgada hasta el momento. Mudarme a Barcelona con Carla y seguir de nuevo mi instinto o mi inconsciencia bajo el mismo lema con el que empezó todo: "probemos a ver qué pasa". En Barcelona todo empezó a ir muy rápido. Decidí explorar nuevos caminos que desconocía pero que intuía que podían llegar a algún lado. Invertí en cámaras, cursos, equipos de grabación y drones. Un momento, cojo aire y explico lo de los drones.

Para aquel entonces había muy pocas operadoras de drones en España y sentía curiosidad por su funcionamiento, así que contacté gracias a una amiga con una de las productoras audiovisuales de drones más importantes de nuestro país para informarme sobre el tema. Su respuesta fue clara y concisa: no lo intentes, es muy largo y complicado. Seguidamente me saqué la licencia de piloto de drones, me hice operadora aérea por AESA y empezamos a grabar eventos por el aire hasta que llegó el COVID.

En 2020 se detuvo todo. Y lo que pensé que sería el final de la empresa, fue todo lo contrario. Un punto de inflexión. Cuando justo cumplía 5 años desde la fundación, 3 en Barcelona y medio de pandemia, la aceleración digital de muchas pymes nos situó en el mapa de nuevo. Dejé de lado la parte de producción y me centré mucho más en la construcción de marca, lo que me llevó a trabajar con clientes de otros países como Argentina, USA o Holanda (gracias Monri). 2021 fue el año sin duda. Me faltaron manos, tiempo y recursos, pero llegué a organizar un par de eventos en Madrid y Barcelona para una marca que ni siquiera me había conocido en persona. Con la lengua afuera, la espalda hecha mierda y la cuenta echado fuego, decidí que aquello no iba a ser mi futuro y me apunté al master de profesorado. Todavía no recuerdo muy bien el proceso de decisión, pero sí que recuerdo hablar con Carla y decirle que iba a parar y que quería hacer algo por lo que sentirme orgulloso dentro de unos años. Tener la voluntad de devolver lo aprendido me parece la mejor decisión que tomé en su día. 

Y así han transcurrido dos años desde que decidí dar el paso de estudiar para ser profesor. Poco a poco las cosas han ido cambiando, mi ilusión se ha ido hacia otros caminos y mi tiempo y esfuerzo están en otro lado ahora mismo. Durante estos dos años he hecho malabares para sacar adelante el estudio, el máster, las prácticas y ahora mismo desde septiembre, el trabajo como profesor a jornada completa.

Este mes tomé la decisión de poner punto y final a una etapa de mi vida que me ha hecho crecer, sufrir y sonreír a partes iguales. Gracias a todas esas personas con las que me he cruzado y han puesto su confianza en mí. Casi con toda seguridad podría decir que mantengo la relación con todas ellas, sino la mayoría. Algunos de mis clientes, colaboradores y proveedores se han convertido en amigos, otros en mentores y todos ellos de alguna manera en maestros de vida. Ahora me toca a mí ser maestro en lo que pueda, porque por mucho que se aprenda, nunca es suficiente.

Feliz Jueves!


martes, 24 de octubre de 2023

A mi abuelo


En un día como hoy, me resulta imposible hablar de mi abuelo sin referirme a los 3 pilares fundamentales de su vida: la familia, los amigos y la Cofradía de La Piedad.

Empezaré por la última, la hermandad de la que siempre se sintió orgulloso y de la que tengo el honor de formar parte. Para mi abuelo ser cofrade de la Piedad ha sido una forma de vivir entregado a los demás, transmitiendo los valores de hermandad, solidaridad y respeto hacia todos sus hermanos. Su devoción por la Virgen le ha acompañado desde que era niño hasta hoy, donde como no podía ser de otra forma, ha partido hacia su encuentro y donde ya descansa en paz y feliz bajo su regazo. Atrás quedan todos los Jueves Santo vividos desde dentro y desde fuera de esta Iglesia bajo el ritmo de los timbales, bombos y tambores que acompañaban uno de los momentos más emocionantes en la vida de mi abuelo. La Piedad siempre estará en su corazón y tu recuerdo en el de todos nosotros.

Continuaré con sus amigos, ese gran tesoro del que siempre hablaba mi abuelo. A lo largo de su vida sólo tuvo palabras de cariño y generosidad hacia todos ellos. Con un gran corazón y una mirada humilde y sincera, siempre estuvo disponible para ofrecer su apoyo a quien más lo necesitara. Callejero, disfrutón, un gran conversador y sobre todo, un excelente amigo de sus amigos. Le apasionaba pasear sonriente por las calles de su ciudad parándose cada vez que escuchaba a alguien decir: “Hasta luego Enrique”. Prueba de ello es que una de las cosas que más rabia le daba cuando empezó a perder la vista era no reconocer a la gente con la que se cruzaba por la calle. No he conocido nunca a nadie que se hiciera querer tanto como él.

Por último terminaré con su familia, a la que entregó todo su tiempo y amor cada día de su vida dejándonos algo mucho más grande que un legado: una forma de estar en el mundo. Junto a él hemos aprendido a disfrutar cada segundo del presente y afrontar las dificultades con valentía y esperanza. Nos mostró que la felicidad está en la sencillez y la belleza en los corazones. Compartió con nosotros lo mejor que tenía, sus valores. Y lo hizo de la mejor forma posible: juntándonos a todos y enseñándonos que a querer se aprende queriendo.

Hoy decimos adiós a un esposo, un hermano, un padre y un abuelo. Pero mantenemos vivo para siempre el recuerdo de una persona que ha sido muy feliz y nos ha hecho muy felices a todos. Gracias por todo abuelo. Descansa en paz. 






domingo, 10 de septiembre de 2023

Paseos de verano

 La semana pasada hablaba por teléfono con un amigo y me preguntaba qué había hecho este verano. Le respondí que principalmente dar paseos. Paseos por la montaña, por el mar, por el pueblo y también por el pasado. Me pareció una forma bastante elocuente de resumir lo que han sido las vacaciones de agosto.

Un billete de vuelta a sitios importantes en mi vida. El primero de todos fue a Biescas, el pueblo del Pirineo aragonés donde pasábamos largos veranos en familia desde que tenía uso de razón. Las circunstancias de la vida han hecho que después de 15 años sin pasar un verano allí, volvamos a caminar por el Valle de Tena con las mismas ganas pero no con las mismas piernas. Siestas a la sombra, baños en la piscina helada y madrugadas de gintonic y cartas. La vida en cámara lenta. Empiezas a notar que estás de vacaciones cuando hasta una lata fría de Cruzcampo te sabe a cerveza.  

Otro buen KPI para reconocer que efectivamente estás de vacaciones es el desfase horario. Desayunar a las 11, almorzar a las 13, comer a las 16 y cenar a las 23. Ser consciente de que vives en un trepidante jetlag pero al mismo tiempo importarte literalmente una mierda. Hubo un día que nos levantamos de la siesta a las 21.00 h y nos fuimos a dar un paseo que evidentemente terminó en Cruzcampo. Qué placer cuando todos los planes terminan en caña sin remordimientos por ser lunes o martes. Los fines de semana son de 7 días. Otro gran KPI. 

Suena Via Chicago de Wilco y empieza el viaje a Hossegor, la segunda etapa de las vacaciones. Olor a eucalipto, sabor a crepe de chocolate y vida contemplativa en la orilla del Atlántico con dos metrazos pasados en los primeros días. Imposible entrar en el agua hasta el tercer día que bajó el swell y ya pudimos disfrutar de un bañito en condiciones. Mientras tanto nos dedicamos a pasear por Las Landas, ver gente guapa y escuchar "risas de ricos" que salían de los caseríos al borde del lago. Eran risas de despreocupación, de vivir en unas vacaciones constantes, de belle époque, de importarte poco lo que pasa más allá de las bugambillas de tu jardín. Risas de haberse pasado el juego de la vida. Es una risa que no te sale aunque estés contento. Nace de los dedos de los pies hasta lo más profundo de la garganta, con los ojos vidriosos, la pierna estirada y la mirada hacia el cielo. Es el rey de los KPI´s. Con él van todos los demás. 

La última semana de vacaciones, la que empiezas a pensar en la bandeja de entrada del mail, fue en Altafulla. Un pueblito pequeño de la costa de Tarragona donde Carla y yo nos habíamos casado un año atrás. Pasear por allí era como recorrer los studios de una superproducción de cine. Cualquier punto era un escenario para el recuerdo de lo que seguro fueron los 3 mejores días de mi vida. 

Esa semana cogí la rutina de levantarme a las 7 para irme a nadar por el mar. Cuando en el pueblo sólo hay runners y el cochecito de la limpieza. Cuando todavía no quema el sol y el mar es una balsa de aceite. Ahí es cuando un día después de nadar una hora y llegar hasta el Castillo de Tamarit, salí caminando hasta la orilla, miré hacia arriba y después un par de minutos se me escapó una sonrisa. Fue una sonrisa diferente, para adentro, con el corazón. La sonrisa de que todo lo que tienes te convierte en un afortunado. Un KPI que llega de repente y ojalá se quede para siempre. 


martes, 1 de agosto de 2023

El caloret

 Confieso que este verano me he portado energéticamente mal. Ser un ciudadano eco-responsable es algo a lo que no me puedo comprometer con temperaturas superiores o iguales a 28 grados. No sé si es la edad, el cambio climático, o las dos cosas juntas, pero cada año gestiono peor el calor. Podría decir que mi temperatura ambiente de supervivencia es por debajo de los 27 grados. A partir de ese nivel empiezo a sudar por cada poro de mi cuerpo, el pulso se dispara y mi cerebro tiende a colapsar. 

El verano pasado quise ser un abanderado de la justicia social y medioambiental y trabajé todo el mes de julio en casa sin apenas encender el aire acondicionado. Seguí los consejos de la ministra de transición energética a rajatabla. Lavadoras en frío a primera hora de la mañana, lavaplatos cada 2 días y duchas de agua tibia de 4 minutos máximo. Fui lo más parecido a un guerrero ecológico. Un avatar fuera de Pandora observando cómo los humanos arrasaban el planeta sin ningún miramiento. 

Lo que nadie me contó es que para ser un ciudadano responsable y cumplir con este compromiso tendría que trabajar sin camiseta, con las persianas bajadas en las horas punta, las gafas empañadas y con una toalla al lado del portátil para ir secándome el sudor antes de las reuniones por zoom. El sueño de cualquier nómada digital que viene a teletrabajar en verano a Barcelona. 

El pasado mes de Junio tomamos la decisión en el studio de trabajar en remoto hasta septiembre. Recordando el infierno del año pasado, esta vez lo he mandado todo al garete y me enciendo el aire acondicionado con el primer café de la mañana, es decir, a las 8 am. Lo mantengo activo prácticamente todo el día a 24 grados. Me dan absolutamente igual las recomendaciones del Ministerio, los resfriados, Putin y el calentamiento global. Camino tranquilo por casa sin el riesgo de sufrir un golpe de calor y hay días que me siento tan bien que hasta me echo una siesta con el Tour de fondo y la manta por encima. Me estoy permitiendo el lujo de refrescar el dormitorio una hora antes de irnos a la cama y algo muy importante: me he despedido  del sudor de la entrepierna y el ventilador de mesa que rescató mi madre del traslado de Cambrils. Me he aislado completamente del exterior hasta las 20.00h de la tarde salvo para ir a nadar a la barceloneta en mi coche, que es lo más parecido a un camión de refrigerados. De puerta a puerta, sin pisar el asfalto. Hasta caer en el agua de la piscina del CNAB.

Ahora mismo escribo esto el primer día de agosto en mi piso de Barcelona con el aire acondicionado a 23 grados y medio. En mi mano derecha tengo un cortado con hielo. Enfrente, por la ventana, veo a mi yo del pasado verano. Es mi vecino trabajando en su galería acristalada, sin camiseta, con la ventana bien abierta y las gotas de sudor cayéndole por la frente como si estuviera en una clase de spinning online. En ese instante, bajo un sol de justicia, sonrío consciente de que a todo cerdo le llega su San Martín, y el mío llegará al buzón en forma de sobre con membrete a la vuelta de vacaciones. En ese momento pagaré mi deuda con el planeta y con la comercializadora energética. Pero ahora mismo toca cargar el coche, ponerlo a 22 grados y huir al Pirineo esperando que el puto cambio climático no nos joda las vacaciones. 

lunes, 31 de julio de 2023

Hasta que se enciendan las luces

 Hoy se cumple un año del día más feliz de mi vida. 29 de Julio, el día que me casé con Carla. Nunca me he sentido más afortunado que ese viernes. Recuerdo perfectamente una hora antes de la ceremonia, emocionarme yo sólo en la habitación del hotel pensando en la suerte que tenía de disfrutar aquello. Mi futura mujer, mi familia y mis mejores amigos estaban allí. No podía pedirle nada más al guionista. Era la película que tantas veces había soñado. 

Los que me conocen bien ya lo saben, pero si hay una sensación que me acompaña desde adolescente es la de "nostalgia del presente" o dicho de otra forma: Ser consciente de que voy a echar mucho de menos el instante que estoy viviendo. Esto que a priori puede parecer algo negativo lo he convertido con el tiempo en una fortaleza indiscutible, haciendo que disfrute muchísimo de los buenos momentos. 

Ese día sólo quería abrir bien los ojos, destaponarme los oídos y congelar en un condensador de fluzo absolutamente todo lo que pasara en ese periodo de espacio-tiempo. Días más tarde y superada la resaca emocional, asumí que lo más parecido a eso era un álbum con más de 2.000 fotos, un buen puñado de vídeos que recibí por whatsapp y una lista de canciones de boda de Spotify que más de una vez nos hemos puesto Carla y yo en bucle.  

Lo que nunca sospeché es que después del 28 de enero me costaría mucho volver a abrir todo aquello.

 Durante estos 365 días he vivido el mejor día de mi vida y también el peor. Hoy, un año después de nuestra boda, me he reconciliado con el pasado y he vuelto a abrir el álbum de fotos que tanto me gustaba mirar y que en cierto modo utilizaba como terapia los días complicados. Abrirlo era casa, verano, familia, amigos, era Carla. Era todo a la vez en todas partes. Era viajar al pasado y observar a todas las personas que quiero en mi vida felices y sonrientes. Hoy, un año después, hay dos personas que ya no están y el mero hecho de pensar que ese día estaban felices a nuestro lado, es una emoción muy difícil de gestionar. 

Hago scroll-down deseando encontrarme con ellos hasta que llego, los veo, los toco y el corazón se me encoge. Casi puedo escucharlos e incluso reírme con ellos. Puedo sentirlos igual que si estuvieran aquí a mi lado. Les cuento que les echo de menos y que aunque suene a tópico, sabía que ese momento era irrepetible. Les pregunto si están bien y les digo que esto no puede terminar así, que nos encontraremos algún día, no tengo ninguna duda. Se me escapa una lágrima cuando paro en una foto. Me quedo ahí, mirándolos. Así es como quiero recordarlos. Como ese 29 de julio de 2022. Bailando con la vida como sólo ellos saben hacerlo. A puro corazón, hasta que se enciendan las luces. Como si nadie los estuviera viendo. 


jueves, 13 de julio de 2023

Viento a favor

 En mis últimos diez años de vida he sido "guía de naturaleza y ecoturismo" por la Universidad Autónoma de Barcelona mientras dormía en un sofá en casa de mi hermana recién llegado de un viaje de 3 meses por Mexico. Abrí una pizzería llamada Baffetto diSancu en el centro de Sant Cugat, donde por cierto conocí a Carla, mi mujer. Me rompí el hombro, la rodilla y volví a Zaragoza para trabajar como consultor digital. Fundé mi propio studio, SWP, del que todavía vivo y disfruto cada día. He sido piloto de drones, patrón de una embarcación llamada Gruñón y me he casado con la mejor persona del mundo. 

Ahora, en apenas un mes y medio, trabajaré como docente dando clase de marketing y publicidad a los chavales de Formación Profesional de Jesuitas, en el Clot. Ser aprendiz de todo y maestro de nada me ha convertido finalmente en docente. No existen las casualidades, sólo las intenciones. Lo bueno siempre está por llegar. Nuevos caminos por explorar, nuevos frentes por abrir. La vida, supongo.

FELIZ VERANO. 

lunes, 10 de abril de 2023

El último Vikingo

Aterrizar en Islandia es como darle al botón "pause" en la película de nuestras vidas. De repente parece que no pasa nada, pero en realidad lo que ocurre es que pasa absolutamente todo. Porque en Islandia te sientes vivo con cada pestañeo. Una isla en el círculo polar ártico que cuenta con uno de los climas más hostiles del mundo. Lluvia torrencial, temperaturas bajo cero, vientos de 120 km/hora, y si tienes suerte, algún rayo de sol. Si además a este cóctel meteorológico le sumas que hasta bien entrada la primavera no tienen más de 5 horas de luz al día, el resultado es que "como en casa en ningún sitio". Y eso lo supo entender muy bien IKEA, pero también los islandeses, que permaneciendo tanto tiempo en casa han logrado uno de los índices de natalidad más altos de Europa. 

El domingo montamos Carla y yo en un jeep para descubrir durante una semana todo el sur de la isla llegando hasta el glaciar de Jokulsarlon. La palabra inhóspito define perfectamente el entorno de un país donde los volcanes, cascadas y senderos de lava son el decorado permanente de los 100.000 km cuadrados de isla. Esto hace que tengas que ser muy previsor en muchos aspectos. El primero de todos es la gasolina. El segundo es el agua y el tercero es el pis. Los tres pilares de la auténtica salud si no quieres pasar apuros en tu viaje a Islandia. El precio de la gasolina se compensa con el del agua, que es gratis en todo el país. Así que aprovecha a llenar tu cantimplora cuando pares a repostar en uno de las pocas áreas de servicio que encontrarás en cientos de kilómetros. Lo mismo ocurre con los baños. Aunque es un país que pide hacer un pis en la cuneta mientras contemplas la belleza de sus paisajes, conviene tener cuidado y esperar a encontrar un baño público o gasolinera si quieres evitar una multa. 

 Islandia es un país caro. Y la cerveza siempre es un buen parámetro comparativo. En este país una caña  cuesta 10 euros de media. Pero si tienes cuidado con el alcohol (es más caro de lo normal), probar su gastronomía local vale la pena. Especialmente el pescado. No nos olvidemos de que esta gente aunque haya cambiado los caballos por todo terrenos Monster Truck, siguen siendo vikingos. En un restaurante de pescadores de Reikjavik probamos por primera vez la ballena y nos supo a gloria bendita. Su sabor de primeras es muy similar al de un bistec a la plancha, pero después de masticarlo se queda un sabor fuerte que es más parecido al hígado que al pescado. También disfrutamos del salmón a la parrilla en un restaurante llamado Messin que nos habían recomendado y el bacalao en formato Fish&Chips que no tiene nada que ver con lo que había probado antes. Además, descubrimos un horno llamado Braud and Co cerca de la catedral de la capital donde los locales hacían cola el fin de semana para comer su especialidad dulce: El Cinamon Roll. Casi lloro. Si te gusta la canela, comerse uno de esos es pura fantasía. 

Viajar a Islandia no es como viajar a una capital europea. Aquí el paisaje cambia de una estación a otra, y por lo tanto el planning es totalmente diferente. Los amantes de las camper y el trekking visitan el país en verano mientras que aquellos que van a ver auroras boreales y nieve van en invierno. Nuestro caso era, como no podía ser de otra forma, el punto medio. Jugar con el azar. El límite entre cuando termina el invierno y empieza la primavera. El riesgo de no ver nieve ni auroras y tampoco el sol y paisajes verdes. Y si tenemos en cuenta nuestro curriculum meteorológico de viajes anteriores, cabían muchísimas posibilidades de volvernos a casa sin ver las auroras. 

La semana con mayor actividad solar y en la que se habían visto las mejores auroras del año fue justo la que íbamos a ir inicialmente, justo antes de que me contrataran en el colegio y tuviéramos que cambiar el vuelo para que coincidiera con las vacaciones de Semana Santa. Al cuarto día de jugar a ser "northern light hunters" y salir de noche con el jeep y la aplicación móvil en busca de auroras como si fuéramos Bill Paxton y Helen Hunt en la película Twister, decidimos contratar un guía que nos llevase hasta el spot clave. Y así, a 48 horas de volar de vuelta a España, sucedió. En el minuto 90, como el Real Madrid de las grandes noches europeas. A las 23.30h de la noche del jueves bajamos de la furgoneta en un acantilado a -5 grados. Miramos al cielo mientras sujetábamos un chocolate caliente y ahí estaba. Un destello de luz verde que hacía que todo tuviera sentido. Apenas unos segundos, lo justo para respirar hondo, posar en una fotografía y sentir que ése es el lugar en el que deberías estar. Porque tal y como dice Federico Luppi en la película Un lugar en el mundo, cuando uno encuentra su lugar, ya resulta imposible irse. 












lunes, 20 de marzo de 2023

No se disculpe, yo tampoco sé de lo que hablo.

Hace 15 años la música se descargaba en e-mule, las citas se cerraban por messenger y los que queríamos parecer interesantes abríamos un blog. Música, cine, viajes o filosofía. Cada uno tenía su causa. Mi blog también tenía una, aunque yo la desconozco. 

Casi diez años después de echar el cierre a este espacio, he retomado algo que me gustaba mucho hacer y aunque el resultado no fuese todo lo bueno que esperaba, el proceso era felizmente sanador. Me estoy refiriendo a escribir, o más bien, a aporrear el teclado del portátil sin ánimo de contar nada trascendente.

Desde el último post hasta ahora han pasado muchas cosas. Algunas increíblemente positivas. Otras, no tanto. De ninguna de ellas he pretendido obtener alguna lectura o aprendizaje. Simplemente las he vivido y las vivo como van llegando. 

Para poder escribir a gusto me he tenido que deshacer de toda la colección de episodios anteriores. Había más de 200 post y aunque forman parte de la historia de este blog, no borrarlos me hacía sentir un poco Ethan Hawke en "Antes del atardecer". 

Sin precuelas, sin spoilers. Si teníais el mal gusto de pasaros por aquí hace años podréis comprobar que nada ha cambiado. El título y la portada siguen siendo los mismos. La estructura, el formato y la tipografía se mantienen. Sólo cambiará el contenido, pero no la esencia. Y si sois nuevos por aquí y apenas entendéis nada, no os preocupéis, no hace falta disculparse. Yo tampoco sé de lo que hablo.