jueves, 7 de noviembre de 2024

El gazpacho de mi abuela

Una de las cosas que más echo de menos en mi vida gastronómica actual es la comida de mi abuela. No porque fuera especialmente sofisticada, sino porque estaba llena de verdad. Mi abuela es de Navarra, aunque como dice ella, nació por accidente en Barcelona. Ha visto crecer a 4 generaciones y ha dado de comer a tres. Se podía pasar días enteros en la cocina cuando se acercaba una fecha importante como la nochebuena o navidad, pero para mí, donde brillaba especialmente su cocina era en las distancias cortas, en el día a día. Siendo una familia bastante numerosa, teníamos que turnarnos los días de la semana para ir a comer a su casa. Unos primos íbamos los martes, algunas madres los miércoles, otros tíos los jueves y así hasta que por fin llegaba el domingo, que ya no recibía a nadie porque le tocaba arreglarse para ir a misa y al aperitivo familiar. 

Mi perdición absoluta siempre ha sido el gazpacho de la abuela. Ansiaba que llegara mayo para encontrarme cada martes (era el día que me tocaba ir a su casa) en la nevera ese gigantesco puchero lleno de gazpacho. Olía a ajo y vinagre desde la escalera de Leon XIII. Le pedí durante años la receta para enmarcarla y perpetuarla por los siglos de los siglos, pero ella siempre decía lo mismo, que cocinaba a ojo, sin cantidades ni tiempos. Con cariño y con verdad, como tiene que ser todo en la vida. 

Una vez entrabas en esa cocina con azulejos verdes y blancos y cogías una cuchara ya era muy difícil escaparse. Y sino que se lo pregunten a mi amigo griego Karolos, que cuando estuvo en Valencia de Erasmus vino a visitarme un fin de semana a Zaragoza y le llevé a probar el gazpacho de mi abuela. Como si fuera un ritual que no puedes saltarte en mi familia. Le gustó tanto que mi abuelo decidió prepararle un tupper con lo que sobró para que se lo tomara después del partido que fuimos a ver a la Romareda. Ahora vive en Nueva York, hablamos cada cierto tiempo y cuando fuimos a verle en 2018 a su casa en Brooklyn lo primero que me preguntó al llegar fue, ¿ya tienes la receta del gazpachito de la abuela?.

Lo cierto es que no. No la tengo y nunca la tendré. Pero cuando llega la primavera me sigue acompañando esa obsesión inconsciente por probar diferentes gazpachos para ver si por casualidad algún día encuentro uno similar. Y lo más divertido de todo es que mi amigo Karolos me confesó que durante años también hizo lo mismo. Ahora mismo tengo una receta que he ido mejorando desde la pandemia y que si los tomates están en su punto, el vinagre no está muy agrio y las cabezas de ajo no son demasiado grandes, puede tener un cierto parecido. Pero como creo que mi opinión está muy sesgada, tendré que esperar a que venga Karolos para confirmarlo. 

Feliz Jueves.