No empiezan las vacaciones hasta que no me tomo un tinto de verano bien frío. Servido en copa de balón, con su rodajita de limón y rebosante de hielo. De hecho podría decir que ese es el dress code del mes de agosto. Pies descalzos, bañador mojado siempre, una camisetilla arrugada y algo de beber en la mano. Desde hace un par de años le he añadido a este atrezzo un paquete de cigarrillos de vainilla. No soy fumador hasta agosto. Es una de tantas cosas que me gusta hacer sólo en esta época del año. También debería añadir hacer crucigramas, llevar algún complemento en la cabeza o atiborrarme a pipas en un banco.
El otro día me enteré leyendo un reportaje de viajes que para los moken -una tribu nómada del archipiélago de Surin, Tailandia- la palabra "preocupación" no existe. De pronto me imaginé a toda esta gente viviendo su eterno verano, dejando que la cadencia de los días la marque el ritmo de las mareas. Poniendo el tiempo en pausa. Disfrutando de algo tan bonito y necesario como es el no hacer nada. Los romanos lo sabían y lo apodaron "il dolce far niente". En catalán hay un verbo que me encanta, badar, que significa algo así como "embobarse" y que representa a la perfección el deseo que tenemos muchos durante estos meses.
Hace ya 3 años -justo después del verano de nuestra boda- que Carla y yo decidimos parar en agosto. Encontramos la fórmula para adoptar el verano como un estado de ánimo en el que no pueden faltar las largas siestas con el cri cri cri de las cigarras, la cerveza helada y el pitillo después de un baño en el mar, quedarse dormido leyendo una novelas de más de 500 páginas u observar en bucle cómo rompen las olas hasta que se moja la toalla. Este año entra una persona más en la ecuación. Con Camila estoy recuperando la sensación tan placentera de estrenarlo todo. Sentir que es la primera vez en cada cosa que hago. Un pequeño viaje en el tiempo a la infancia. Y este verano, de alguna manera, me emociona ponerme en la piel de mis padres cuando ellos con apenas 30 años recién cumplidos, nos paseaban a mi hermana y a mí por las calles de Biescas y las montañas del Pirineo.
Mañana empiezan las vacaciones. Queda un mes enterito de verano, el 70 cumpleaños de mi padre, los atardeceres surfeando en Las Landas y la calmachicha mediterránea de Altafulla. Pero nada de lo que he nombrado en este post es comparable con el placer de activar en el mail el mensaje de "Estaré fuera de la oficina hasta el lunes 25 de agosto."
Feliz verano.