Estás en una esquina de Nueva York esperando a cruzar la calle. Ensimismado, no le prestas demasiada atención al mundo que te rodea. De pronto, alguien te tapa los ojos con las manos y te dice: ¿Quién soy? Nadie te hacía ese juego desde que estabas en primaria. Normalmente esta situación te alarmaría, pero la voz te resulta familiar. No acabas de saber quién habla, pero tienes la certeza de que se trata de un amigo. Te das la vuelta y es Bill Murray. Más alto de lo que esperabas y lleva la camisa arrugada. Empiezas a tartamudear, te cuesta encontrar las palabras, tu cabeza no puede procesar lo increíble de la situación. Él esboza una sonrisa, se te acerca y añade en voz baja: nadie te va a creer.
Así empieza Cómo ser Bill Murray, un libro escrito por Gavin Edwards y que ha sido sin duda una de las historias con las que más me he reído en los últimos años. Ídolo de mi infancia desde que vi Cazafantasmas con 10 años, este tipo que parece moverse por la vida como si fuera un escenario, es conocido no sólo por su consagrada carrera cinematográfica, sino también por sus excéntricas improvisaciones. Aparecía cantando en un karaoke con desconocidos, se colaba en una fiesta de estudiantes para fregar los platos, o te robaba las palomitas en el cine mientras veías una película con tu pareja. Sus apariciones eran de lo más variopintas, pero a todos les decía lo mismo: <<nadie te va a creer>>.
Lo que al principio se pensaba que era una leyenda urbana de la ciudad de Nueva York, poco a poco fue confirmándose gracias a muchos testimonios y alguna prueba fotográfica. Imposible de desentrañar, vive sin agente y sin móvil y es la pesadilla de muchos directores por su impuntualidad y falta de compromiso. Monta congas, se pasea por ciudades en carrito de golf y es terriblemente complicado sacarse una foto con él porque para cuando eres realmente consciente de lo que está pasando, Bill ya se ha marchado.
Este libro es del año 2016 y está escrito a partir de décadas de testimonios y anécdotas de amigos, colegas de profesión y gente desconocida que ha tenido la suerte de ser víctima de sus bromas. La mayoría tuvieron lugar antes de que los smartphones, Instagram y Google fuesen un cortafuegos entre la vida real y la ficticia. Cuando no vivíamos en riguroso directo y las buenas historias pasaban de boca en boca hasta convertirse en leyendas.
Hace años que no se sabe de sus peripecias ni apariciones fugaces. Yo quiero pensar que sigue esquivando las cámaras de los móviles y colándose para dar un discurso en la despedida de soltero de un desconocido, o metiéndose detrás de la barra de un bar a servir chupitos durante toda la noche. O tal vez, como dice el bueno de Gavin Edwards en su libro, todo apunta a que Bill esté improvisando y haciendo de este planeta un lugar más divertido, libre y amable sin que ninguno de nosotros lo sepamos.