martes, 16 de enero de 2024

La sombra del pino

La sociedad en la que vivimos ha convertido el aburrimiento en una especie de estafa vital de la que todos queremos escapar. Por suerte o por desgracia, a lo largo de los años he ido desarrollando mis propios mecanismos para afrontar ese temor al tedio que me ha acompañado desde bien pequeño. Digamos que para aprender a no aburrirse, es necesario en primer lugar aburrirse. Lo que ahora se soluciona colocando una tablet entre las manos, antes requería de ingenio. Tenías que apañártelas con lo que había a mano. Y si no encontrabas nada, te tocaba buscarlo.

Mi primer debut con el aburrimiento, o al menos del que yo tenga recuerdo, llegó con 5 años en Biescas mientras esperaba a cumplir con las 2 horas de digestión a la sombra de un pino sin poder entrar en la piscina. Tener un padre médico tiene muchísimas ventajas, pero también algún inconveniente. Recuerdo ver cómo todos mis amigos se tiraban de golpe, haciendo piruetas, sin ducharse ni mojarse la nuca y los tobillos previamente, tal y como nos habían enseñado en casa a mi hermana y a mí. Entrar en la piscina después de hacer la digestión se convertía en una actividad delicada que tenía su propio manual de instrucciones. 

Pronto aprendí que el tiempo pasa volando y que no quería ser un espectador de los mejores momentos del verano, que curiosamente siempre eran en la piscina y justamente después de comer. Durante esas dos horas se aprendían los mejores saltos y volteretas, se jugaban las mejores partidas de waterpolo y se patentaban nuevos juegos como el "escalera a escalera" que más tarde me enteré que heredaron generaciones futuras de la urbanización. Una tarde, justo cuando terminé de comer y la piscina empezaba a ser el epicentro de la diversión, mientras mi padre jugaba al mus y mi madre se quedaba a la sombra del pino con mis tías, decidí poner punto y final a la amarga espera de cada día. Y así es como ví una bicicleta roja de dos ruedas apoyada en un banco y tomé la decisión de intentar aprender a andar en bici de forma autodidacta, o más bien por imitación. Había otro niño que ya sabía hacerlo y seguramente también era hijo de algún médico porque estuvo subiendo y bajando la rampa durante dos horas, el tiempo exacto que dura una correcta digestión. El resto del relato no lo puedo recordar con exactitud, pero sí que me han contado que dos horas después, con las rodillas llenas de heridas y la dopamina como si me hubiera bebido dos litros de coca cola, corrí hasta la mesa donde mi padre se estaba jugando el último coto de la partida, con un puño en alto, la sonrisa de alguien que ha vencido y la frase que marcó mi verano de 1990: ¡Papá, he aprendido a montar en bici!

A pesar de la épica y una vez ya pasados los años, nunca he sido un gran aficionado al ciclismo. Sin embargo sí que seguí respetando con más o menos cautela el periodo de reposo de 2 horas de digestión hasta los 27 años, en mi viaje a Mexico. Estaba en Oaxaca con 4 amigos de California que había conocido surfeando en Barra de la Cruz. Después de un viaje de 3 horas atravesando dunas en su jeep llegamos a una bahía escondida donde rompían derechas e izquierdas perfectas y además había algo muy importante; una palapa donde la señora cocinaba el marisco fresco que había pescado su marido esa misma mañana. Tenían un arcón repleto de hielo picado y botellines de Corona. Compartimos un pescado "a la diabla" que era similar a un lenguado gigante con frijoles, lima, mango, cilantro y salsa de chile picante. En los postres la marea empezó a bajar y comenzó a formarse una ola que rompía perfecta a escasos metros de la orilla. Mis 4 nuevos amigos se levantaron de golpe de la mesa, le pegaron un último trago a la Coronita (Corona en Mexico) y desaparecieron remando hacia el pico entre gritos y euforia. En ese momento, con 27 años, me vi de nuevo a la sombra del pino, perdiéndome lo mejor de la tarde mientras moría de aburrimiento haciendo la maldita digestión. Así que me levanté, cogí la tabla y entré en el Pacífico poco a poco, mojándome la nuca y las muñecas primero, refrescándome la tripa después y finalmente hundiendo la cabeza por debajo de una ola mientras dejaba atrás los veranos a la sombra de un pino que tantos años me habían acompañado desde pequeño. 

¡Feliz Martes!



3 comentarios:

  1. Anónimo16/1/24

    Queeee bueno!!!😂

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  2. Muy duras esas 2 horas de digestión...

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  3. Anónimo16/1/24

    Yo no me acuerdo de nada con 5 años

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